La cultura y los roles de género han impuesto, desde siempre, normas rígidas que dificultan que los hombres expresen sus emociones y traumas, especialmente en situaciones de abuso o agresión. Tradicionalmente, el hombre ha sido visto como una figura fuerte que no puede mostrarse vulnerable, en contraste con la protección y atención que reciben mujeres y niñas en temas de derechos y salud emocional. Esto genera una brecha en el apoyo emocional y en la prevención de traumas en niños y adolescentes varones, quienes desde temprana edad aprenden a reprimir sus emociones ya adherirse a un modelo de masculinidad rígida, lo que puede llevar a una serie de problemas en su desarrollo. psicológico y social.
Desde la infancia, tanto los niños como las niñas desarrollan patrones de comportamiento basados en su entorno y en la educación que reciben. Mientras que a las niñas se les enseña a expresar y manejar sus emociones, a los niños se les impulsa a mostrarse fuertes, evitando ser vistos como «débiles» o «femeninos». En situaciones de abuso, especialmente sexual, los niños pueden llegar a interiorizar sentimientos de culpa y vergüenza, ocultando su dolor e impidiendo buscar ayuda. Esto les acarrea un sufrimiento prolongado que, en la adolescencia y adultez, se refleja en problemas de identidad, dificultades para establecer vínculos sanos, e incluso en problemas físicos y psicológicos como la depresión, el aislamiento y el aislamiento.
Los hombres adultos que han sufrido abuso o violencia en su infancia o adolescencia, suelen enfrentarse a barreras importantes para reconocer y hablar sobre su dolor. La presión social y los mitos sobre la masculinidad les llevan a ocultar sus emociones ya evitar pedir ayuda. Aquellos que logran sobrevivir a estas experiencias desarrollan, en ocasiones, actitudes de sobreprotección con sus propios hijos y se involucran en actividades que promuevan.
A nivel social, la falta de programas de apoyo específicos para varones y la escasa visibilidad de sus problemas, genera un círculo de silencio y tabú que impide que reciban la ayuda necesaria. Al final, este silencio afecta la calidad de vida y el bienestar emocional de muchos hombres. Desafiar estos paradigmas es un reto pendiente que podría contribuir a una mejor salud mental y emocional para los hombres y a una sociedad más justa e inclusiva para todos.